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AJAREI MOT

Vaiqra 16:1-18:30

Ajarei Mot es una parashá que nos resuena conocida. Precisamente, es la parashá que leemos en Iom Kipur. Es aquella que nos resuena cada vez que la releemos por¿que enumera aquellas restricciones en cuanto a las conducta sexual; las relaciones prohibidas.

Es interesante como después de la liberación de Pésaj y la salida de Egipto, cuando cada uno de nosotros podría sentirse en su derecho de cualquier conducta que le venga en gana en reconocimiento de la nueva condición de “ya no soy esclavo / hago lo que quiero”, la Torá viene a marcarnos los límites para que no nos alejemos del camino correcto. Esto es, cuanto menos, un reconocimiento clarísimo de la volubilidad del ser humano frente a las libertades y a las tentaciones que ellas conllevan. Un reconocimiento expreso de que somos propensos al error y a desviarnos.

Y Ajarei Mot tiene un tratamiento particular de estos errores.

Cuenta el relato que Aharon debía tomar 2 machos cabrios (sʿeirim) y sobre ellos echar suertes. Uno sería para Dios y el otro sería enviado vivo al desierto con todos los pecados del pueblo de Israel, en una especie de purgación colectiva por medio del animalito.

Más allá de los sentimientos que nos puede acarrear hoy en día un acto de este tipo, llama la atención leer que el ritual era diferente para cada uno de estos cabritos: en el primer caso, el cabrito era sacrificado directamente por el Sumo Sacerdote, el Cohen Hagadol sin ningún ritual en especial. En cambio, el que sería abandonado a su suerte en el desierto, sí era sometido a un ritual particular en el que el Sacerdote posaba sus manos sobre él y declaraba todas las transgresiones suyas, de su familia y del pueblo en general.

La diferencia, por lo menos, llama la atención. Por qué se daba lugar, por un lado, a una declaración pública de las transgresiones o errores y por el otro no se decía nada?

Por qué esta diferencia tan marcada?

Nuestra tradición reconoce en nosotros dos tipos de errores: aquellos que podemos reconocer en público. Aquellos que cometimos con nuestro prójimo, o incluso los que cometimos para con Dios, pero que nos permitimos “ventilarlos” hacia nuestros semejantes en un vidui (precisamente, confesión o reconocimiento público de nuestras transgresiones).

Por otra parte, están aquellos errores que mantenemos en nuestro interior, a sabiendas que también los cometimos, pero que ni nos animamos a compartir. Los reconocemos, pero sería DEMASIADO exponerlos públicamente, y los mantenemos en un secreto sólo declarado ante Dios.

Los primeros son los que se llevaba el cabrito laʿazazel, al desierto. Los segundos, se liberaban en un acto de arrepentimiento silencioso en el sacrificio del primer cabrito.

Obviamente, ya no sacrificamos animalitos para expiar nuestras responsabilidades y errores en nuestro accionar. Lo que sí debemos hacer, es reconocer nuestras limitaciones y revisar nuestros procederes, para revisar constantemente si acumulamos de aquellos que debemos reconocer en público o de los que en nuestro interior encuentran alivio. Pero, en ambos casos, la responsabilidad siempre es nuestra. Por lo que decimos y por lo que nos guardamos. Por lo que hacemos y por aquello que omitimos hacer, quizás por alguna decisión mezquina u egoísta.

Al cabrito que se lo enviaba al desierto, el sacerdote le confería lo que llamamos Smijat Iadaim. Este consistía en posar las manos sobre el animalito en una acción e transmisión de los errores, como ya dijimos. Smijá, en ʿivrit, se traduce también como “confianza”. Pareciera ser que el reconocer nuestros errores, es la única vía para comenzar a corregirlos.


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