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Bemidbar Nm. 19:1-22:1


Qué parashá triste...!

Una parashá en la cual hay despedidas y pérdidas importantes.

En principio, la muerte de Miryam. Pero más allá de la pérdida en sí de Miryam como líder, como consejera constante de sus hermanos Moshe y Aharon, el símbolo de su persona fue desde la salida de Egipto, el manantial de frescura que significaba el ser líder entre las mujeres del pueblo y su especial relación con el agua.

Nuestra tradición nos enseña que por causa de Miryam, existía un pozo de agua que acompañaba a Bnei Israel a lo largo de su camino por el desierto. Se detenía cuando el pueblo lo hacía, y se ponía en movimiento cuando el pueblo de trasladaba, asegurando la provisión de agua necesaria.

La pregunta que sobreviene es: qué es lo que ocurrió una vez que Miryam falleció? Pues claro. El agua comenzó a escasear. Y el pueblo vuelta a quejarse. Vuelve a reclamar a Moshe acerca de la conveniencia de haberse quedado en Egipto, en dónde “no sufría privaciones”.

Y entonces ocurre el segundo de los episodios, y que pasa casi-casi desapercibido, o, por lo menos, con una importancia extrañamente mínima para el pueblo, en virtud del impacto que realmente tiene.

Me refiero al momento de Mei Merivá. El momento preciso en que Moshe pierde la posibilidad de entrar a la Tierra Prometida por pegarle a la piedra para que salga agua, en lugar de pedírselo, como se lo indicara Dios.

Nadie lamenta el hecho; nadie reclama; nadie llora. El relato sigue como si nada. Y se acaba de dictar sentencia terrible para Moshe! La tarea es sólo llevar a Bnei Israel hasta la entrada a Cnaan. Y va a poder ver la Tierra Prometida en toda su extensión, pero nunca va a entrar en ella.

No acaban allí las tristezas: continúa el relato con la muerte de Aharon. El Gran Sacerdote del pueblo. Aquel del cual se dijo que bregó siempre por mediar y perseguir la paz entre las personas.

Aharon muere y las nubes que acompañaron y protegieron al pueblo y les indicaron durante todo el trayecto hasta este punto cuándo debían detenerse y cuándo partir... desaparecieron. La presencia divina que parecía proteger al pueblo incluso en las batallas quizás no estaría más.

Qué momento de crecimiento! Yo diría que esta es algo así como parashá del Bar Mitzvá de Bnei Israel. Es el momento en que deben asumirse como responsables por si mismos, con su compromiso con la Tora y las mitzvot y prepararse para una nueva etapa en sus vidas como pueblo.

En una sola parashá el pueblo debe aprender a valerse por sí mismo; sabe que sus líderes no van a estar más, o que falta poco para ello. Es el aviso de que un líder no es eterno. Que la ayuda de Dios y el apoyo deben estar sostenidos en el compromiso y la acción de cada uno, y no sólo en el decisión o la virtud de un dirigente.

Juqat nos enseña que los milagros y las “ayudas” los logramos con el trabajo de cada día, cuando ponemos manos a la obra y nos mancomunamos en una tarea de construcción conjunta.

Aún los grandes líderes deben aprender a dejar crecer al pueblo y permitir el advenimiento de líderes nuevos. Y Moshe lo comprendió; y su grandeza radicó también en cómo preparó a su sucesor, Iehoshúʻa, para la enorme tarea de conducir al pueblo hacia la conquista de Cnaan – esa tierra que manaría leche y miel, las cuales nunca probaría.


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