SHLAJ-LEJA
Bemidbar 13:1-15:41
La expresión “depende con el ojo que se lo mire”, o expresiones similares nos ponen en evidencia que podemos tener más de una mirada. Sólo haz la prueba de mirara solo con un ojo mientras tapas el otro con tu mano; ahora haz lo mismo con el otro ojo… verás que no es exactamente igual lo que ves sólo con uno, de lo que ves sólo con el otro.
Podríamos suponer que la expresión citada refiere sólo a una cuestión física, que al mirar con un solo ojo tenemos una visión diferente del otro.
Nuestra parashá, nos enseña que no, que a veces, los ojos de uno no ven lo mismo que los del otro. Aún cuando estemos viendo exactamente lo mismo con los dos ojos.
Shlaj Lejá, así es el nombre de la sección de esta semana, nos vuelve a traer el relato de los 12 meraglim, los 12 expedicionarios que enviara Moshé a investigar la Tierra Prometida. Aquella tierra que Adonai en su promesa, les había (y NOS había) asegurado que manaba leche y miel, y tantas otras bondades, pero....OOOOPS, parece que estaba un poco ocupada por otros pueblos. Y esto no debía ser un detalle menor.
De hecho, pareciera que parte del entrenamiento de Bnei Israel a la salida de Egipto iba a ser el de aprender a defenderse y atacar, por si a lo largo de toda la historia por venir, esto hubiera de servirnos de algo... Casi premonitorio.
Volviendo al relato, Moshé indica a estos expedicionarios "...veréis la tierra, qué tal es ella; y el pueblo que la habita, si es fuerte, si es débil, si reducido es, si es numeroso. Y qué tal es la tierra en que él mora, si buena es ella, si mala; y qué tal las ciudades en que él mora en ellas, si en ciudades abiertas, si en ciudades fortificadas y qué tal es la tierra, si fértil es ella, si estéril; si hay en ella árbol, si no; y os esforzaréis y tomaréis del fruto de la tierra..." (Bamidbar 13, 18-20).
El resultado, nos es conocido: diez de los enviados informaron “La tierra por donde hemos pasado, es tierra que consume a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en ella son hombres de gran altura. Y allí vimos a gente fuerte de hijos de gigantes y a nuestros ojos éramos como langostas y así eramos a los ojos de ellos.”
Los restantes dos, Ieoshúa ben Nun y Caleb ben Iefuné, fueron los únicos que relataron las bondades de la tierra que habían visto y que sí les sería posible conquistarla, enfrentándose al clamor de todo el pueblo que volvía a elegir el volver a Egipto en lugar de continuar adelante.
La Torá nos muestra que el premio para Iehoshúʿa y Kaleb, fue que ellos pudieron entrar a la Tierra Prometida, a diferencia de los restantes 10 meraglim, que murieron en el desierto.
Ahora bien. Cuál fue la falta de los supuestos transgresores? Ellos mintieron? Claramente no.
La falta cometida no fue la de la mentira. Entonces cuál fue la gran falta por la cual obtuvieron el castigo de no poder entrar a la tierra tan esperada?
Si vamos hacia el final de la parashá, obtendremos la respuesta.
El midrash Tanjumá, nos cuenta que el ser humano tiene tres partes en su cuerpo sobre las que puede tener pleno control, y otras tres sobre las cuales no tiene control alguno. Le es posible controlar su boca, sus manos y sus piernas. Con la boca puede pronunciar palabras de qedushá, palabras constructivas, de aliento, de contenCión y amorosas o puede elegir proferir maldiciones y agravios y frases de destrucción. Con sus manos, a su vez, también puede construir o dar calidez o una ayuda a un semejante o puede robar o destruir lo construído. Con las piernas puede dirigirse por el camino correcto o elegir el que no lo es.
Por otra parte, los ojos, la naríz y los oídos, son las partes del cuerpo sobre casi no existe control alguno. No nos es posible elegir lo que vemos, lo que olemos o lo que oímos. Muchas veces muy a nuestro pesar.
Es, precisamente en esos momentos de flaqueza espiritual o en que nuestras percepciones nos fallan, cuando interviene uno de los párrafos del Shemʻa que encontramos en esta parashá: “Y cuando viereis estas franjas, recordaréis los preceptos de Adonai, y los cumpliréis, y no os desviaréis en pos de vuestros impulsos” (Bamidbar 15:39).
La transgresión consistió en dejarse llevar por el impulso de lo que los sentidos mostraban. El punto de vista que, a veces, nos hace percibir las cosas de la manera equivocada, por dejarnos llevar por el impulso y la incomprensión de la realidad que nos circunda o lo que otros nos expresan
Son precisamente el olfato, la vista y el oído, los sentidos que pueden “regularse” u orientarse mediante el trabajo del alma, ʿavodat hanefesh; el trabajo espiritual.
Cuando nos conectamos con el dolor de los demás, con las necesidades de los demás. Cuando damos de nuestro tiempo para que otros puedan disfrutar (la mayoría de las veces, también disfrutamos nosotros mismos). Cuando recibimos una sonrisa o un abrazo de agradecimiento por haber estado presentes y acompañando en un momento de tristeza o incluso de alegría. Todo eso hace que nuestros sentidos se sensibilicen y podamos mejorar nuestros puntos de vista, oído u olfato.
Es entonces cuando frente a situaciones adversas, podemos tomar decisiones menos severas, menos tajantes, más abarcativas e inclusivas. Es entonces cuando podemos abrir corazones propios y ajenos para dar y recibir. Es entonces cuando podemos hasta olfatear correctamente las situaciones a las que nos enfrenta la vida y tomar decisiones más adecuadas.
Que encontremos la manera de moderar lo que vemos, olemos y oímos para que nuestra vista nos permita ver lo correcto, tener el olfato adecuado y el oído despierto, para conducirnos de manera positiva y constructiva.